Hoy he tenido mi primera conversación con mi hijo sobre la rabia. Bueno, realmente fue hace unos meses, que fue cuando empecé a escribir este texto.
Había hecho ya varios intentos de hablar sobre la rabia con él, y leído libros sobre la rabia como: Tengo un volcán, de Miriam Tirado, pero hoy es la primera vez que no ha rehuido la conversación, y me ha contado su experiencia de cuando él había sentido rabia.
Yo le he hablado mal porque llevaba una tarde en la que no me hacía caso a nada, y al final me desesperé. Al poco, volví a hablar con él. Le conté como me había sentido y el porqué, y que lo sentía, y que ya se me había pasado y si me daba un abrazo. Me dijo que no de primeras, pero al poco debieron de empezar a juntarse puntos en su cabecita, y me contó que él también había sentido rabia y había hablado mal a la yaya el otro día, porque la yaya no hacía lo que él le decía. Y al momento de contármelo, y seguramente de empatizar con la yaya al descubrir que como se acababa de sentir, es como seguramente se sintió la yaya el otro día, quiso abrazarse conmigo mientras yo me derretía por dentro y se me escapaba una lagrimita por fuera.
Jon es un niño de cuatro años, por lo que está descubriendo y haciéndose a sus sentimientos. Pero además, dentro de los niños de cuatro años, es algo más sensible y sentido que la media, y le cuesta más que a la media gestionarlos. Hasta no hace mucho, su forma de lidiar con ellos era cerrarse al mundo exterior impidiendo durante un tiempo, bastante largo, que se pudiera interactuar con él.

Yo no puedo dejar de ver los paralelismos con su padre, ya que nunca se me ha dado nada bien gestionar los míos, y la forma más habitual de hacerlo ha sido encerrarme en mi mismo y procesarlos a duras penas, normalmente con resultados poco satisfactorios para mi persona.
Y allí estaba yo, siendo tremendamente consciente de todo lo que me ha hecho sufrir esta carencia, y queriéndosela evitar a toda costa a mi hijo. Y allí nos teníais, a un padre de 46 años educado a la antigua usanza de que los hombres no muestran ni hablan de sus sentimientos, hablando de lo que nos hacía sentir y hacer la rabia y de como gestionarla con un niño de 4 años algo más sensible y sentido que la media.