Cuando le ponen nombre a las cosas que ya sabías

Hace ya tiempo que me di cuenta que en la gran mayoría de las ocasiones, ocurre primero el acto y luego la justificación y racionalización del mismo. Es decir, primero haces lo que te apetece, y luego buscas una justificación que te haga sentir bien contigo mismo de por qué lo has hecho, por muy peregrina que sea esta justificación, y así evitar caer en la disonancia cognitiva. Cuando esto último falla, y no eres capaz de justificarte sin romperte por dentro, es cuando muchas veces vienen las depresiones.

Ahora que están tan de moda los cursos y masters sobre toma de decisiones, se habla mucho de esto y se le pone nombre, por lo que queda oficializado algo que ya sabía, o al menos, intuía.

También sucede con las metodologías. Al tiempo de gestionar mi propia empresa con sus correspondientes empleados, uno de los principales enemigos con los que advertí que me iba a tener que enfrentar era la tendencia a suponer cosas, en vez de hallar certezas. Por lo que declaré a la suposición enemigo público, y prohibí su uso como verbo, además de a sus sinónimos. Así mismo, periódicamente animo a la curiosidad e investigación a mis empleados. El caso, es que con el tiempo di con la metodología de los Five Whys, descubriendo que como todo, ya estaba inventado, y esta vez, desde hacía un buen tiempo, ya que se habla de Aristóteles y sus cuatro causas como precursor de esta metodología.

Esta mañana en la newsletter de Javi Carnicero, leía sobre los bucles abiertos, como atrapan al lector, y los desagradables que son. Recuerdo que tuve una pareja muy dada al te tengo que contar algo, lo cual me sacaba de quicio, ya que mi cabeza no podía dejar de dar vueltas pensando en que era eso que me tenía que contar tan importante como para que me lo hubiese advertido sin llegar a contármelo.

Con el tiempo, descubrí que era una forma bastante egoísta y poco empática de hacer que yo le recordara que me tenía que contar algo, pero aún siendo consciente de esto, y pese a que le solicité e incluso imploré que abandonara esta práctica, ella seguía realizándola, y yo seguía comiéndome la cabeza aunque conscientemente sabía que lo que me tenía que contar iba a ser cualquier tontería. Entonces no lo llamaba bucle abierto o cerrado, pero hoy leyendo a Carnicero, supe que uno de los nombres que tenía era este, y que se utilizaban conscientemente para atrapar la atención del lector, cosa que ya me olía.

Y es cuando ves que le ponen o ya tenían nombre las cosas que ya sabías, que se produce una validación o bien por falacia de autoridad, al constatar que una persona con gran reputación ve las cosas como tú, o bien, por pensamiento de grupo, cuando son muchos los que comparten tu razonamiento o método. Lo cual es bastante peligroso, ya que te aparta del estado mental de total incertidumbre y curiosidad, que considero, es el ideal para formar el pensamiento crítico.

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