Este año el concurso de relato corto de la Euskal Encounter tenía como única regla, que comenzase por: Era un día cualquiera cuando de pronto… No pude participar en el concurso porque no me enteré muy bien como y cuando había que enviar el relato, así que lo dejo por aquí:
Era un día cualquiera cuando de pronto mi móvil empezó a retumbar, era una alarma programada hace un año. Nada cuadraba. Yo nunca le hubiera puesto las cosas tan fáciles a mi yo del futuro. Si ese prepotente con aires de madurez y suficiencia moral quería algo, se lo iba a tener que ganar el mismo.
El mensaje era escueto, pero perfectamente entendible: más te vale estar mañana en Barakaldo a primera hora, que no quiero volver a dormir pegado a los gamers del LoL, y no te vuelvas a olvidar de la peana del monitor.

No entendía nada, quizás a mi yo del pasado le habían echado algo en el Colacao ese día. Nunca contemplé Barakaldo como un lugar con encanto turístico o de cualquier otro tipo. No sé por qué, era tan importante evitar a esos gamers de las risas, y lo que es peor, no recordaba donde había aparcado el coche anoche. Por otro lado ¿mi monitor tiene peana?
Junto a la nota había una píldora roja. Nunca le había dicho no a ningún tipo de sustancia psicotrópica, y esta no iba a ser la primera vez, así que aproveche los últimos mililitros de Monster que me quedaban, y pa’dentro.
Cuando de pronto todo empezó a cobrar sentido. En una epifanía de luz, fuego y destrucción, un Begitxo vestido de Gandalf se me apareció, mientras sonaba una música maquinera a la par que pegadiza, me empezó a relatar todo lo acaecido un año atrás, reflotando recuerdos que habían quedado enterrados en lo más profundo de mi psique, en lo que ya comprendía fue un acto inconsciente de autoprotección.
Fue entonces cuando dio comienzo un desenfreno de desmontaje y empaquetado. La torrre, y el monitor con su peana; los discos duros y la almohada; la silla, el gamepad, el teclado, el ratón, el joystick y las gráficas de VR; la nevera, la sandwichera, el carro y el humidificador. Los cientos de cables de cada tipo, los cargadores de más tipos aún, y aunque nunca lo reconoceré ante ningún ORG, el router; y ya que estaba, la impresora 3D y el televisor de 75’’ del salón; además de la Playstation y la XBOX. Y en el garaje me planté, con tres maletas, dos mochilas, y mobiliario para amueblar una pequeña oficina. Entonces me cuadró qué viviendo solo, me hubiera comprado un coche ranchera familiar.
El camino fue arduo, Mad Max se rodó en la A2 en un día de puente. La Estepa Castellana dejó paso a la Estepa Vitoriana, y más tarde al verde y “radiante” paisaje bilbaíno. Las nubes, el gris y los radares cada 100 metros me recibieron con su refulgente melancolía.
El entusiasmo me recorría el cuerpo, y debido a la excitación, tomé aquella rotonda un poco pasado. Era una curva de segunda, a la que entré en cuarta un poco revolucionado y culeando de atrás. Eso provocó que tuviera que contravolantear para esquivar al comercial de Euskaltel, a la vez que derrapaba para no llevarme a los repartidores de propaganda del Chino que andaban peleándose por el mejor sitio con los del Domino’s. Tampoco me lo pusieron fácil los del cosplay de Final Fantasy, que se encontraban justo delante de las hip hoperas del Just Dance. Ya andaba reduciendo cuando me llevé por delante aquellos juegos de mesa, el mayor bollo de la carrocería creo que fue causado por una edición coleccionista del Catán. Me quedé hipnotizado viendo pasar el tiempo en modo bala, con los ojos azules y cara de pánico de aquella pelirroja que andaba tocando música de videojuegos de oído en su piano.
Finalmente no pude esquivar al repartidor de Glovo a la vez que evitaba atropellar al grupo de entrenadores de Pokemons, por lo que acabé empotrado en lo que parecía un grupo electrógeno conectado a un generador de aire acondicionado de un centro de convenciones (BEC ponía en un cartel), espero no haberle causado ningún perjuicio a nadie…